ANTONIO GARCÍA: CIENTÍFICO SOCIAL Y MILITANTE REVOLUCIONARIO.


1.912 - 2.012 Centenario de su nacimiento.

En pocos hombres de la patria de Bolívar y San Martín, de Morelos y Sarmiento, de Martí y Sandino, ha cabido tanto mérito intelectual como a Antonio García, en cuyo pensamiento, la Antropología y la Historia, la Economía y la Política, la Sociología, el Derecho y la Filosofía Política, tejieron una urdimbre de autoridad científica y de conducta intelectual e ideológica, que desde hace más de cuatro décadas ha suscitado el interés y el respeto de los estudiosos y de no pocos líderes del Continente Latinoamericano. (Nota Editorial, Revista Latinoamericana de Economía, Instituto de Investigaciones económicas UNAM No. 50, Mayo-julio de 1.982, México).
 



VIGENCIA DE SU PLANTEAMIENTO POLÍTICO

Decenios antes de la agudización del agotamiento de la vía capitalista de desarrollo, de la perestroika y del desmoronamiento progresivo del modelo soviético conformado en el viejo proyecto marxista-leninista, hoy abandonado por sus seguidores, García planteó un proyecto político para una nuevo hombre y una nueva sociedad, con fundamento en el humanismo social, en el socialismo como sistema de vida económica y el liberalismo como sistema político, orientado hacia la integración de todos los derechos civiles y económicos del ser humano, con el fin de asegurar el sentido humanista de la economía y el valor trascendental de las libertades individuales y sociales.

En ese empeño y con el fin de lograr esos objetivos, replantea el sistema democrático –económico, político, social, cultural, regional, internacional y como ética de servicio-- como un sistema de vida anclado en el concepto que él elabora de la democracia orgánica, integral, holística, como una unidad superior dialéctica en el proceso histórico. Para él, el problema de la democracia es indivisible y su conclusión, como tal, es que debe tratarse como un todo. La doctrina democrática ha ido elaborándose por medio de grandes negaciones y de una experiencia revolucionaria de varios siglos y no se le puede identificar desde el punto de vista integral y totalista con ninguna de las formas parciales expuestas por los grandes teóricos universales. Para él cualquiera de las teorías, bien sea del lado democrático burgués, o del lado democrático proletario, es apenas una parte y una contribución a la doctrina integral de la democracia; de tal manera que la síntesis de todas sus formas parciales, será el logro más importante de la cultura de los últimos siglos; y no tiene validez alguna el argumento de que la concepción democrática ha perdido vigencia, por cuanto no existe en ningún país en forma abierta, pura, integral. Hay que reflexionar en el sentido del tránsito que la democracia debe hacer de lo cuantitativo y lo cualitativo a lo orgánico, porque solo por éste camino puede llegarse  a la teoría de la integración, mediante la cual se deben superar y sintetizar dialécticamente, todos los procesos y conceptos parciales, para conquistar la democracia como un sistema de vida, esto es, como un todo orgánico, multilateral, coherente y contradictorio, en el que cada una de sus partes –economía,  religión, política, cultura—represente una función interrelacionada.

Con esta perspectiva histórica, García sostiene que ni el Capitalismo, ni el Comunismo pudieron entender el verdadero problema de la organicidad de la sociedad y de la vida democrática, pero sentaron las bases doctrinarias históricas para la adopción de una perspectiva nueva y universal, a través de la cual la democracia permite ver y entender no solo los problemas políticos, ni solo los problemas económicos, sino la totalidad de los problemas que afectan la vida humana.

Ninguna de las formas parciales de la demo­cracia puede subsistir aisladamente: toda la histo­ria contemporánea es un intento frustrado de que­brar esta ley de hierro. La democracia política de la revolución francesa dejó la libertad sin piso, huera, flotando en el aire, porque no la sustentó sobre una economía que le garantizase a este “hombre libre” la vida, el trabajo, la seguridad, es decir, las condi­ciones sociales que dan o quitan la dignidad de la persona humana. La democracia económica genera­da en el formidable proceso de la revolución rusa ha sufrió un proceso de marchitamiento, debido a que el pueblo soviético no estuvo formado política­mente para la libertad.

Sin democracia económica, la libertad, la re­presentación y la participación sólo funcionarán pa­ra las clases que tienen el control de la riqueza, la política y la cultura. Sin democracia política, el pueblo carecerá de órganos y conciencia para de­fender un sistema de vida y de bienestar frente a los grupos contralores del Estado. Sin democracia so­cial, ni podrá construirse una democracia económi­ca —porque lo impedirán el Estado de clase y las estructuras de privilegio— ni la democracia política hallará posibilidades de tolerancia o arraigo en las clases privilegiadas. De ahí que siempre sea válida la doctrina de que la democracia es un problema de todo o nada: o existe como un sistema de vida —de economía, de sociedad, de cultura, de ética, de po­lítica— o se esteriliza en sus contradicciones, desmoronándose como un muro abandonado a la in­temperie. Lo cierto es que las grandes potencias del mundo abandonan sus principios democráticos, menosprecian la autodeterminación de los pueblos débiles y propagan una sicología de guerra.

Su concepto de la democracia económica: 

Para García el concepto de democracia económica es el producto de un largo proceso de experiencias históricas que han permitido replantear los elementos estructurales de la democracia económica en relación con las concepciones modernas de planificación global y sectorial –como metodología para el uso de los recursos humanos, físicos, financieros, culturales, tecnológicos— y participación de los trabajadores a todos los niveles de la gestión económica; y porque la democracia económica está íntimamente vinculada a la problemática del desarrollo, como quiera que la superación del atraso requiere la eliminación de las estructuras que estrangulan las fuerzas productivas y mantienen una irracional economía de desempleo o subutilización de hombre, tecnologías, tierras, mares, bosques, ahorros, que imponen una extremada y desequilibrada distribución social de los ingresos.

Su concepto de la democracia política:

García parte del principio de que el fin de la democracia política, es la realización de la libertad en todas las orbitas de la actividad humana, individual y colectiva.

En el sistema capitalista, la libertad está condicionada en gran parte al poder económico: es libre quien pueda económicamente serlo, quien tenga capacidad económica suficiente para garantizar su libertad. Fue así como el capitalismo degradó al hombre en su lucha por la supervivencia, haciéndole creer que la libertad consistía en la posibilidad de vender a cualquiera su fuerza laboral, frente al comunismo, que afirmó que la libertad consistía en la conquista organizada del pan. Ambas posiciones resultaron a la postre parciales e incompletas.

En los países que pertenecieron al comunismo soviético, la economía socializada pudo haber creado las bases materiales para que el hombre fuese libre y sin embargo, el Estado suprimió policialmente la libertad en todas sus orbitas. No podía dar libertad a las personas físicas, y no darla a los sindicatos o a los partidos, o viceversa, por eso el arrasamiento de la libertad  so pretexto del carácter transitorio de la dictadura comunista, terminó por implosionar el sistema en la medida en que la dictadura partidista, fue cerrándose sobre sí misma, y no admitió sino un solo sindicato, un partido y un dogma.

El objetivo político de la libertad y sus confusiones: los comunistas la entendieron en grados materiales de bienestar; los católicos la confundieron con el libre albedrio; los existencialistas la afirmaron en términos absolutos para hacer responsable al hombre de su soledad individual y de la moral que tiene que inventarse frente a cada problema; los liberales la conciben como una simple abstracción, como una actitud declamatoria o como la consecuencia formal de un reconocimiento hecho en las leyes; los totalitarios de todas las vertientes, la desprecian como una de las más monstruosas invenciones de la burguesía liberal del siglo XX.  La libertad también debe ser indivisible, si se niega a los organismos sociales, no podrá existir para las personas físicas; y si se niega a la persona, no puede funcionar para los organismos sociales. 

El problema de la libertad no es unilateral: tiene muchas caras como el hombre mismo; existe un concepto social y económico de la libertad; pero también un concepto político; y también una noción espiritual y metafísica. Si el hombre es un todo —ser social y ser individual, economía y conciencia, ciu­dadano y espíritu, apetencia física y aspiración me­tafísica— nuestra obligación es comprenderlo así y tratarlo así, sin amputarlo o descomponerlo en su vida práctica, en sus aspiraciones y en su destino. Desde el punto de vista económico-social, el hombre sólo es libre cuando la sociedad le garanti­za prácticamente su derecho a la vida, al trabajo y a los servicios que le son vitales y no lo deja desamparado frente a sus necesidades presentes y futuras; desde el punto de vista político, el hombre es libre cuando no actúa sobre él un poder de intimidación y cuando está formado para la participación en la toma de decisiones y  para el ejercicio consciente de la libertad; desde el punto de vista espiritual, el hombre es libre cuando nada coarta el desarrollo y la expresión pública de su personalidad y de su conciencia; desde el punto de vista metafísico, el hombre es libre cuando elige cualquier horizonte para su destino v cuando es capaz de dar cualquier explicación a su propio ser.

El objeto de la democracia política: es hacer posible el ejercicio de la libertad, en todas las es­feras de la vida social y de la persona humana. Este es el último fin de la democracia política: el siste­ma de representación popular, la formación para la ciudadanía consciente, la exigencia de responsabilidades a los partidos y a quienes ejercen mandatos políticos, no son fines, sino medios, y de su autenticidad depende la autenticidad de la libertad misma.

Los países subdesarrollados y la democracia: El problema de la democracia se plantea de una manera radicalmente diferente en el ámbito de la América Latina y de los Hemisferios atrasados del mundo, partiendo de una concepción estructural y dialéctica del atraso.  La noción del atraso es de naturaleza dialéctica y se fundamenta en el análisis de los factores estructurales y conflictivos que le impiden a un pueblo movilizar su propio esfuerzo, su energía interna y su potencial de recursos en dirección a un cierto proyecto de sociedad y de vida. Dentro de este marco de ideas, el atraso se define como un proceso que frena o disloca las posibilidades de un crecimiento integrado, coherente, dinámico y conducido desde adentro, en cuanto aún no existe un elenco de fuerzas sociales con interés o capacidad de romper ese proceso y en cuanto las clases sociales identificadas en un propósito de cambios estratégicos aún carece de conciencia, facultad organizativa y poder de decisión. De acuerdo a este enfoque dialectico, el atraso es una estructura y dominación social interna, las primeras vinculadas a los centros de poder de la Nación Metropolitana y las segundas a las clases dominantes de América latina. En la realidad histórica, estas estructuras constituyen un sistema integrado de dependencia y de allí que las clases dominantes, las aristocracias latifundistas o las oligarquías burguesas de la América Latina, carezcan de capacidad esencial o real de decisión y sean, en última instancia, clases alienadas y dependientes. La gravitación política de estas estructuras de dominación y dependencia, explica el que el Estado no haya podido transformarse en un verdadero centro de decisiones desde adentro, enfrentándose a las oligarquías internas y a una superestructura extranjera de poder constituida por las empresas supranacionales que controlan las áreas neurálgicas del crecimiento. La debilidad orgánica y estructural del Estado es, entonces, no una simple circunstancia histórica, sino una expresión pura y simple de la dependencia. (Antonio García, La Estructura del Atraso en América Latina, 4ª Edición, SECAB, Bogotá, 2.006)

La democracia aparente: en la sociedad latinoamericana sólo ha podido funcionar un tipo de democracia aparente, con órganos que sólo pueden tener ese principio de representatividad que los hace formalmente legítimos pero que carecen de esas estructuras de participación popular que los induciría al cuestionamiento político del sistema. Si existieran estructuras de participación popular, se profundizaría la democracia política hasta un punto en que se quebrarían las estructuras oligárquicas de poder, se redistribuirían los ingresos en beneficio de las mayorías trabajadoras y se abolirían los monopolios constituidos sobre los recursos básicos, la tierra agrícola, los mecanismos de comercialización y financiamiento, la cultura y los medios de comunicación colectiva. Semejante proceso conllevaría no sólo una profundización de la democracia política, sino una transformación revolucionaria de ésta en democracia económica y social. De allí que el proceso –dentro de los países latinoamericanos que sólo conocen formas embrionarias de democracia política y de Estado Liberal de Derecho- no pueda operar hacia adelante –hacia la apertura y afinamiento de los mecanismos de participación popular- sino hacia atrás, en un sentido de reforzamiento de las estructuras tradicionales de poder y de debilitamiento cuantitativo y cualitativo de las diversas formas sociales de organización popular. La alienación ideológica es el método por medio del cual se anula o desvirtúa el poder de las organizaciones populares y se propaga en ellas una psicología de horror a la inconformidad, esto es, a las formas de comportamiento que repudien o se separen de las reglas institucionales consagradas o ritualizadas en la sociedad tradicional. Las democracias aparentes de América Latina –para emplear una acertada de Pablo González Casanova- se fundamentan en poderosas estructuras de organización corporativa de la riqueza en los países latinoamericanos y en desarticuladas estructuras sociales, de tipo cooperativo o sindical, instaladas en el sistema de dependencia e identificadas ideológicamente con él. Con la excepción de algunos países latinoamericanos, no existe un verdadero pluralismo de partidos y un sistema fluido y abierto de representación política.

Dentro de este esquema distorsionado de democracia política, las fuerzas de presión no orientan el proceso hacia adelante sino hacia atrás, no hacia las formas de participación abierta de las nuevas clases sociales sino hacia las formas, ya institucionalizadas, de la República Oligárquica y del Cesarismo Presidencial.
Este proceso coincide, en líneas gruesas, con el que caracteriza a los países latinoamericanos con dictaduras militares y contra-revolucionarias, en cuanto también se inspiran en los principios del absolutismo político y del liberalismo económico, puntos claves de la ideología exportada desde la Metrópoli. Es dentro de este contexto que debe analizarse y evaluarse el papel de las ideologías aparentes y racionalistas que circulan, desde los albores de las Guerras de Independencia, en diversas facciones políticas de la América Latina.
Hasta ahora, se ha examinado la introducción a la América Latina de ideologías tan fundamentales como el liberalismo, a la manera de un proceso fáustico de relaciones con la filosofía de la libertad. De una parte, es indispensable diferenciar las grandes formas históricas del liberalismo: el liberalismo como método racionalista de pensamiento, el liberalismo como filosofía política y el liberalismo económico.

La alienación ideológica adquiere los rasgos más dramáticos cuando se la enfoca en relación con la nueva burguesía (la formada a la sombra de las concesiones y del esfuerzo de sustitución del comercio Metropolitano) y con la inteligencia universitaria, estimulada por el impulso generacional de rebelión contra el absolutismo escolástico, y amparada, en una cierta medida, en la complaciente actitud de los Virreyes del período Borbónico de la Ilustración. Los puntos claves de esa alienación, podrían expresarse, esquemáticamente, en estas reflexiones históricas:
a)    El liberalismo se introdujo en América Latina como un cuadro de ideas absolutas, no como un sistema crítico y anti-absolutista de pensamiento;
b)    El liberalismo entró a operar, en la práctica, como una ideología de inhibiciones y de no hacer, en un hemisferio que conservaba, intacta, una estructura social que no conoció el liberalismo norteamericano o que fracturó, revolucionariamente, el liberalismo europeo;
c)    El liberalismo asumió la responsabilidad de que la América Latina no se hubiese atrevido a plantearse el problema de la creación de un nuevo tipo de Estado, como condición insustituible de un nuevo status de sociedad nacional;
d)    El liberalismo fue el mecanismo ideológico por medio del cual las nuevas clases latifundistas y burguesas o las nuevas generaciones se anexaron al moderno sistema colonial del capitalismo, antes de que la América Latina se hubiese integrado internamente y de que hubiese ganado una perspectiva suya del mundo. Por esta vía de adopción de los patrones ingleses del liberalismo económico, esas clases se integraron al sistema imperial de la Metrópoli -como núcleos internos de unas sociedades satelizadas- no pudiendo comprender los problemas e importancia de la integración político-económica de América Latina, ni la naturaleza revolucionaria del moderno sistema de mercado mundial.


Alienación De Las Clases Dirigentes

El problema de la alienación de las clases o elites dirigentes, se fundamentó en dos aspectos: uno, de absoluta integración al mundo metropolitano y europeo, a su cultura, a su economía, a sus líneas ideológicas y a su teoría científico social; y otro, de evasión de la realidad, de los problemas, de las condiciones estructurales de la sociedad latinoamericana tal como emergió del status colonial y de las guerras de independencia. Este esquema histórico explica por qué el liberalismo llegó a la América Latina no como una ideología creadora sino como una ideología de colonización y por qué la alienación de la nueva burguesía (y de las elites intelectuales de las clases medias) condujo tanto a la frustración del crecimiento capitalista latinoamericano, insertando la economía del hemisferio dentro de los engranajes de una nueva estructura de dependencia.
En suma, el liberalismo fue el mecanismo ideológico por medio del cual la América Latina hipoteco sus guerras de independencia y sus posibilidades de autodeterminación y desarrollo capitalista: No tendió a la conquista de la Independencia sino a la modificación de las relaciones de dependencia.

A una economía atrasada y dependiente, corresponde una estructura social atrasada y dependiente y una organización política también atrasada y dependiente.  Los avances parciales en la organización política, en la estructura social, en la economía, en la cultura, corren el riesgo de frustrarse si no funciona una estrategia global que elimine los obstáculos estructurales que impiden el desarrollo de la sociedad latinoamericana como un todo. No podría constituirse una democracia política abierta sobre una cerrada y artillada estructura de poder, que obtura las vías de participación y de movilización de las masas populares; ni podría lograrse una integración latinoamericana sobre economía nacionales desintegradas; ni podría aspirarse a crear un Estado de Derecho sobre sociedades manipuladas por las fuerzas de dominación interna y de dependencia neocolonial. El desarrollo es un sistema de reacción en cadena y exige, en consecuencia, una operación estratégica que modifique las condiciones estructurales de la América latina y cree las bases económicas, sociales, culturales y políticas de la nueva sociedad latinoamericana. El desarrollo es un todo: y la construcción democrática también lo es. (Antonio García, Dialéctica de la Democracia, Bogotá, Plaza & Janes, 1.987).  

Como conclusión del planteamiento político de Antonio García podría decirse que los criterios expuestos apuntan hacia un modelo alternativo de desarrollo integral, cuyos elementos fundamentales podrían ser: económicamente sostenido; socialmente equitativo; políticamente participativo; administrativamente eficiente y ético; ecológicamente sustentable; territorialmente equilibrado; humanamente solidario y justo; e, internacionalmente cooperativo. (Politeía, 1.998. Antonio García, el Proceso Histórico Colombiano y la Revolución social inconclusa).  

Palabras más, palabras menos, el proyecto político de Antonio García apunta a la construcción de un nuevo hombre y de una nueva sociedad nuestra y Latinoamericana. A cien años de su nacimiento podemos decir que Antonio García vivió, luchó, sintió y murió, soñando con su pueblo en la peregrinación a la tierra prometida, que es el símbolo que mejor expresa el anhelo de liberación social que siempre ha estado inmerso en el subconsciente colectivo y en lo más recóndito del corazón de los pueblos pertenecientes a los países atrasados del mundo.


Carlos Rugeles Castillo
rugelescastillo@hotmail.com



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