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Proceso de Comunidades Negras
Tomado de Revista el Derecho a Vivir en Paz
Existe gran revuelo por la aparente terminación
del conflicto armado interno que
en Colombia lleva algo más de medio siglo.
Esta guerra que nos ha cobrado más de 220 mil
muertos y desaparecidos y alrededor de 6 millones
de víctimas que se han visto forzadas al
desplazamiento según ACNUR. Para esta guerra,
el Ministerio de Defensa, lleva en tan sólo
los últimos 10 años, una “inversión” de más de
250.000 billones de pesos, algo así como 97 trillones
de dólares.
Desde diferentes partes del movimiento social
nos preguntamos; ¿estamos realmente al final
del conflicto interno? ¿O simplemente es el
paso que sigue, dentro de la estrategia global
de represión y dominación?
Hay varios tipos de
paz, entre las más
sonadas dentro de
la construcción
histórica de occidente
están: la pax
romana o el silencio
de las armas, la
paz griega ó Eirene;
la de equilibrio
individual, y la
paz cristiana; que
recoge los principios
/shalom/hindú/
shanti), y que sugiere la presencia de la justicia.
¿Justicia para quién? ¿Quién dice qué es la
justicia, si lo único que se escucha al preguntar
a los poderes militares, políticos, económicos
y de comunicación, es la misma voz que grita:
muerte, despojo, miseria?
Los diálogos que partieron oficialmente el 18
de octubre del 2012 y que se están llevando en
La Habana no cuestionan ni transformarán el
orden desigual de este país.
Mientras escribo estas líneas, hay 7 millones
de personas, -así lo dijo Paula Gaviria Asesora
presidencial para los derechos de las Víctimas-,
que se convierten en “beneficiarias” o “víctimas”
de las leyes de restitución de tierras y
atención a víctimas. A ellas, hoy se están sumando
665 personas que constituyen 165 familias
entre afrodescendientes e indígenas en
el Chocó.
Estas familias salen de su tierra para convertirse
en “beneficiarias” del Estado.
Beneficiarias
en el sentido de ayuda humanitaria, esta condición
las despoja de su dignidad, dejan de ser
sujetos plenos de derechos ya que le son negados
sus derechos civiles y políticos como sus
derechos económicos, sociales y culturales que
es a lo que nos ha reducido el discurso liberal
de los derechos, a cambio de un auxilio que les
obligue a mendigar para subsistir.
Mientras escribo esta nota, se recibe la noticia
de una nueva declaración
de objetivo
militar a líderes comunitarios,
defensores
y defensoras
de derechos humanos,
que se han
opuesto a la minería
inconstitucional e
ilegal por parte del
grupo paramilitar
Los Rastrojos, en
el Cauca, y que se
suman a los más de
60 abrazos con chalecos
antibalas que es
la forma en que el Estado Colombiano protege
la vida.
Mientras escribo esto, se completan dos semanas
en que 500 personas del Escuadrón
Antidisturbios, armados por el poder, violentan
“con la legitimidad de las trasnacionales”
la integridad del pueblo Nasa que cumple el
mandato de liberar la madre tierra también en
la zona del Cauca. Es así, a lo largo y ancho
de toda esta geografía, a la que le impusieron
ser Colombia, con todo y sus 1100 municipios,
son ya 283 protestas por conflictos sociales del
tipo laboral, movilización, salud, educación,
vivienda, minero energético, ambiental, que
se han registrado en lo corrido del 2015 según
datos de la Defensoría del Pueblo. ¿Cómo se contiene a estas comunidades
nuestras emberracadas? Ocho años de cárcel a
quién bloquee una vía. Regresan los tiempos
del estatuto de seguridad ciudadana de los
70´s empeorado con el silencio cómplice de los
medios masivos de comunicación dedicados a
desvirtuar las causas de estas manifestaciones.
El acuerdo para la salida negociada al conflicto
Colombiano no transformará las motivaciones
que tienen quienes actualmente violan los
derechos humanos. No lo harán, porque sus
“actores” no tienen ojos para vernos a l@s de
abajo, a l@s violentados en nuestro ser desde
hace más de 500 años, con esa idea de que hay
pueblos superiores.
La diáspora africana, la de abajo, entiende la paz
como la tranquilidad para ser, estar, compartir
comunidad, en coexistencia, de acuerdo a las
memorias. Nuestra paz no quiere vencedor@s,
nuestra paz rechaza vivir de acuerdo al proyecto
de vida que impone el colonizador. Y es por
eso que precisamos transformar las relaciones
entre nosotras y nosotros y con los elementos
de la naturaleza.
Lo que ocurre en La Habana es sólo una repartición
de la administración de la pirámide.
Nuestra paz es la destrucción de esa pirámide,
cualquier pirámide, que se erija a costo de la
vida base.
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