El 2013 se caracterizó por las constantes movilizaciones en veredas, campos y ciudades . De éstas sobresalen aquellas libradas en procura de las justas reivindicaciones de mujeres y hombres del campo colombiano, las cuales contaron con un inusitado apoyo popular urbano que hizo evidente las firmes raíces de nuestra ascendencia campesina, india y afro.
Las movilizaciones de cultivadores de café, papa, arroz, productores de leche, campesinado del catatumbo, de los llanos, del suroccidente (entre otras regiones), pequeños mineros (especialmente afros), transporta-dores de carga, e indígenas de diversos pueblos, se caracterizaron por una interacción constante entre el campo y la ciudad.
En la memoria reciente recordamos que durante los meses de agosto- septiembre, en pueblos y ciudades, las calles se llenaron de cacerolazos multicolores que acogieron la lucha de las personas dignas que se constituyeron en Paro Nacional Agrario y Popular.
En la memoria reciente recordamos que durante los meses de agosto- septiembre, en pueblos y ciudades, las calles se llenaron de cacerolazos multicolores que acogieron la lucha de las personas dignas que se constituyeron en Paro Nacional Agrario y Popular.
El Paro se convirtió en una demostración histórica y hermosa de las relaciones solidarias e interdependientes entre campo-ciudad, cuyos habitantes juntaron voces y pensamientos para rechazar el abandono histórico del campo, la anulación del campesinado como sujeto político y la supresión de las políticas estatales que soportaban sus economías, el elevado costo de insumos y transporte, las paupérrimas condiciones laborales de los trabajadores rurales, la pérdida de la soberanía y autonomía alimentaria con los TLCs, reclamando especial protección para las semillas criollas, y el modelo económico extractivista y de despojo del campo, raíz del conflicto social y armado.
La repuesta del gobierno ante la fundada indignación, la legítima protesta y la aspiración de una Colombia socialmente justa y democrática, fue la vía militar y represiva. Ésta incluyó la muerte criminal de 12 vidas humanas, dos de ellas perpetradas en Bakatá. La actuación del ESMAD, cuya función fue –una vez más- infundir terror en la población para desarticular la moviliza-ción, en cualquier Estado pluralista hubiera provocado su supresión y el juzgamiento de sus comandancias y del alto gobierno nacional.
El 12 de septiembre, en el calor de las movilizaciones y en medio de la resistencia al ejercicio de terrorismo de Estado, nació la Cumbre Nacional Agraria y Popular, punto de encuentro de miles de hombres y muje-res de organizaciones rurales y urbanas que participaron activamente del Paro. Éstas le anun-ciaron al gobierno (que entretanto decretaba el Pacto Agrario, “acordado” con las élites rurales) que los subsidios les son insuficientes, que las “alianzas productivas” les son perjudiciales, y que los territorios deben ser pensados y organizados por sus pobladores, no por los gobiernos de turno que insisten en un modelo económico que sólo favorece a terratenientes, ganade-ros. empresarios y transnacionales, sumiendo los campos y ciudades en la miseria, el desempleo, la violencia y el hambre.
La Cumbre Agraria y Popular continuará sesionado el próximo 15, 16 y 17 de marzo aquí, en la ciudad de Bogotá, donde niños y jóvenes, hombres y mujeres, mayores y mayoras; nos encontraremos de nuevo con el objetivo soñar en conjunto la Colombia que merecemos. El desafío que tenemos por delante es superar la indignación y formular propuestas vinculantes, es superar la coyuntura y construir movimiento urbano y rural, es superar las reivindicaciones sectoriales o gremiales y luchar por cambios estructurales. Que-remos un modelo anticapitalista de vida digna, un modelo solidario que proteja y reproduzca riqueza social y cultural, no económica, que rescate los conocimientos populares y ancestrales de la Abya Yala, y que respete la naturaleza y los ecosistemas, no como recursos sino por su valor intrínseco.
El presente de Colombia, en un contexto nacional de negociación con la izquierda en armas y de voluntades que confluyen para la construcción de la paz, requiere de la participación activa de la juventud y de la solidaridad eficaz de las gentes de los pueblos y ciudades para que se realice el mandato enaltecido en la declaración de la cumbre, y entre todas y todos podamos: “elaborar políticas democráticas y populares formuladas en mandatos o leyes, que sienten las bases de construcción de un nuevo pacto social por la paz y la vida digna, que recojan los deseos, sueños y anhelos de paz con justicia social de las colombianas y colombianos de a pie, de la cuadra, el barrio, el pueblo, municipio, vereda, corregimiento, región, gremio, convite, sector y/o proceso organizativo”.
Por :Colectiva Agraria Abya Yala / Achiote, Naidy y Frísol
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