Escrito por: Peyote. - Colectivo Agrario Abya Yala
Prisioneras y
prisioneros políticos de Colombia, reciban un fraterno y combativo saludo de
nuestra parte.
Reconociendo
que el éxito de las actuales conversaciones de La Habana entre el Gobierno
Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, así como las
iniciativas de conversación sostenidas con el Ejército de liberación Nacional y
el Ejército Popular de Liberación, pueden llegar a plantear nuevos escenarios
de inclusión y participación en una sociedad más abierta y democrática, nos
unimos al llamado de la campaña nacional "Rayos de Sol" - Coalición Larga
Vida a las Mariposas. Orientados bajo la luz de los principios de unidad y solidaridad del movimiento social del cual Ustedes forman parte, consideramos que la difícil situación a la que se han visto conminados todas y todos quienes luchando por una Colombia con justicia social -si bien no han sido condenados a la muerte- se encuentran sometidos a la restricción privativa de derechos inherentes a la persona humana, debe ser objeto de profunda reflexión de cara a la posibilidad de la terminación del conflicto armado y la construcción de una paz estable y duradera.
Lo anterior,
implica no solo reconocer la validez presente en las causas estructurales que
llevaron en su momento al levantamiento armado de la insurgencia, sino a
reafirmar el derecho a la rebelión que le asiste a cualquier opositor de un
sistema profundamente inequitativo y excluyente; sin embargo, la degradación
producida en más de cinco décadas de conflicto interno armado por diversos
factores, especialmente el narcotráfico, ha tenido un impacto bastante fuerte
sobre el llamado delito político y su naturaleza, hasta el punto en que ha
llegado a plantearse su “desnaturalización”.
No obstante lo
anterior, el presente artículo se aleja de sumergirse en un análisis profundo
de estas cuestiones, más bien, pretende evocar cuáles son las reflexiones
producidas en el marco de la represión a partir de los escritos de dos
prisioneros políticos, recluidos en alguna parte de este inmenso aparato opresor,
cuyos nombres podrían ser los de cualquiera: Germán y Javier.
Pensar qué es
«lo que se pierde» en la cárcel, donde se cobran todas las cuentas pendientes,
es un punto de partida. Los apremios de indiferencia y olvido de nuestros seres
queridos, sin duda, son una de aquellas cosas más difíciles de confrontar en
una situación de marginalidad, donde eres el único que escuchas los ecos de tu
voz retumbar en el silencio.
Entonces llega
ese deseo de «desconexión» como mecanismo de defensa personal, esa tendencia
casi natural a fugarnos y buscar la evasión, la renuncia a ser lúcidos, tratamos
de evitar la desesperación de toda adversidad, más aún en circunstancias límite
como estar preso:
“Drogarnos, ingresar como autómatas a un culto
religioso, aferrarnos a ilusiones, al pasado que ya no existe o un futuro que
no sabemos si será. Tratar de sublimar la realidad, sumirnos en cualquier apego
o dependencia… son formas de desconexión”. Pero a
pesar de que sea más cómodo desconectarnos, esto implica la derrota. Por ello, “La situación no es si nos dejaron o no. En
realidad, la pregunta es: ¿Qué teníamos y qué construimos? Para el futuro, ¿Qué
vamos a construir?”.
Entonces
encontramos otro camino. Ese donde se decide vivir con conocimiento de causa
para verificar en la realidad todas aquellas injusticias que niegan vidas
dignas y nos llevaron a levantarnos. A diferencia de los supuestos “buenos”
(por adaptados sociales) que forman parte del conglomerado autómata que va día
a día a su puesto de trabajo, sin un compromiso con el cambio, nosotros hemos
decidido tomar «conciencia de lucha».
Así, nos
sentimos llamados a trasgredir la alienación disfrazada en la supuesta
resocialización del delincuente, a partir de las armas potentes que son el
pensamiento crítico y la lucidez, porque: “El
preso político no se considera sujeto de resocialización, mucho menos cabe para
él el asunto de la resocialización, pues está aquí por luchar contra ese mismo
Estado, contra los que detentan el poder, contra su estructura, sus tentáculos.
Uno de ellos, el tentáculo de la prisión, lo tiene sometido y aguarda, esperando
librarse, para seguir en su lucha. No podrá ni siquiera entender lo que es la
resocialización”.
Además, porque
es evidente que al preguntarnos por ¿Quiénes son los responsables de la
resocialización? surge un contrasentido, pues el INPEC como institución nunca
ha asumido la responsabilidad política y social concerniente a su labor y, por
el contrario, funciona como un «cartel» permeado por la corrupción y podrido en
sus cimientos, sin ofrecer entornos prósperos de capacitación, ni siquiera para
sus propios funcionarios: “Reclamamos
que, así como se ha venido profesionalizando desde hace varios años las fuerzas
militares y la policía para que ejerzan su labor con profesionalismo, el cuerpo
de custodia y vigilancia del INPEC pase de su analfabetismo y se cualifique por
encima del cursito de meses en maltrato y uso de la fuerza, como una forma de
liberarse de la carga de resentimiento social que poseen, y se hagan
merecedores del salario que reciben, al ser competentes en el desempeño de su
labor y aportar a la función social, política y comunitaria de la
resocialización”.
Lo expuesto,
conlleva a esta lamentable conclusión: “En
la cárcel no se resocializa nada ni nadie, es simplemente aislamiento, donde se
evidencian todas las miserias de la sociedad: la falta de dignidad, la
violación a los derechos humanos, la inequidad y la injusticia. Se nos encierra
en vida a un sistema muerto”.
El aparato
represivo del establecimiento, ese poder situado, aparentemente, por encima de la sociedad y
llamado a mantener el conflicto dentro de los límites del “orden”, únicamente
es capaz de reforzar el etiquetamiento negativo en el imaginario social frente
al “delincuente”, y expresado en el aforismo: “El que es no deja de ser” que
signa al prisionero/a, incluido el político, a la exclusión.
De esta forma,
recogiendo las palabras de Germán y Javier, hacemos un llamado a las demás
organizaciones y plataformas que forman parte del movimiento social para exigir
la justa liberación, sin condicionamientos, de todas y todos a quienes se les
ha privado de su libertad por motivos políticos en Colombia.
Es justamente en esta oportunidad
histórica de negociaciones con los principales actores de la subversión, donde
la unidad y solidaridad del movimiento social debe enfocarse en la lucha por la construcción de una sociedad distinta, capaz de quebrar los muros de
la opresión y reconciliarse consigo misma, después de
años y años de violencia sociopolítica:
“Hay que luchar desde la crítica y la lucidez, desde
una inversión del juego, de la educación, no dejarnos alienar, exigir nuestros
derechos. No podemos pretender alcanzar la libertad sin tomar conciencia de las
cadenas que nos atan y romper las ataduras que nos aferran a la opresión”.
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