Agapito Dimaté nació por allá a finales de 1.800, fue hijo del latifundio. Su madre y su padre eran desposeídos de tierra, trabajaron en condiciones miserables en la hacienda Sumapaz Alto, El Chocho y el Doa. Al crecer, Agapito cuestionó su condición y la de su familia. A sus oídos y a los de su gente llegó la palabra sabia del Doctor Erasmo Valencia. Por esas épocas andaban preguntándose, ¿por qué si los hacendados no trabajan la tierra, ni la conocen siquiera, deben apropiarse del fruto del esfuerzo ajeno?
Agapito, doña María, José, Araminta, Juan y otros más como ellos, decidieron romper el cerco del latifundio. Bajo el cobijo de la noche tumbaron monte, sembraron alimentos y levantaron ranchos. Entonces, los persiguieron, arrasaron sus cultivos y quemaron sus ranchos. No tenemos títulos, decían, los hacendados tampoco; pero a ellos los tratan como personajes ilustres, a nosotros los de pie pelado nos tratan como parias.
La resistencia campesina logró la autorización de las colonias agrícolas. Agapito Dimaté y su familia se sumaron a las masivas movilizaciones campesinas sobre terrenos baldíos con el sueño de hacerse a un pedazo de tierra, el sueño de vivir en paz. Así se fueron adentrando a donde echarían raíz por generaciones, al corazón de la semilla, el páramo más grande del mundo.
A fin de cuentas, la supuesta reforma agraria, la ley 200 del 36, le dio más títulos a los hacendados que a los campesinos. A quienes cultivaban la tierra no les dieron la propiedad sino las mejoras, en el mejor de los casos. La tierra se la quedaron los hacendados. Las parcelas que les entregaron eran mínimas, los títulos se embolataron, pero al menos había tierra para sembrar y vivir.
Tereza Mora fue una hija de la violencia, nació en la Colonia Agrícola del Sumapaz en momentos en que el conservadurismo volvía al poder con Mariano Ospina Pérez a la cabeza. Por sus oídos de niña pasaron los nombres de los puñados de dirigentes agrarios asesinados, nombrados por la voz trémula de sus padres y compadres al calor del fogón de leña y los caminos de herradura.
El caudillo del pueblo, el Dr. Jorge Eliécer Gaitán, aliado incondicional de las luchas agrarias en el Sumapaz, fue asesinado en abril del 48. Los años siguientes se resumen en una palabra: dolor. Las familias campesinas tuvieron dos opciones, cruzar el páramo hacia el Meta y el Huila o sumarse a la autodefensa campesina para hacer frente a la violencia chulavita. Tereza vio a sus hermanos mayores partir al páramo a organizar la resistencia bajo el mando de Juan de la Cruz Varela, Richard, el teniente Anzola, Chaparral y La Negra. Tereza tuvo la desdicha de ver a sus hermanos morir en la guerra.
La autodefensa campesina salvó a la familia de Tereza y a miles más de ser masacradas por una violencia de crueldad pasmosa. El Estado hizo lo propio bombardeando zonas campesinas con bombas de Napalm y arremetiendo a los rebeldes con abrumadora superioridad, una política de exterminio. La resistencia fue más efectiva, pero los alimentos y los alientos se agotaron, la autodefensa se hizo guerrilla y las familias campesinas marcharon heroicamente a cualquier lugar que les ofreciera seguridad. Le dijeron adiós al páramo, al Sumapaz, y tuvieron que esconder sus raíces y su pasado para no ser víctimas de represalias. A Tereza nunca se le olvidarán los rostros de los niños de su edad que murieron de física hambre tratando de cruzar el páramo.
Tereza Mora, ya adulta y cabeza de familia, volvió al Sumapaz porque era preferible aguantar hambre en su tierra a hacerlo en tierras extrañas. Volvió con una mano adelante y otra atrás, sin tierra, sin bienes, sin rancho ni gloria. Recibió la solidaridad de conocidos, se hizo a un rancho y empezó a trabajar como arrendataria una tierra en el páramo, lejos de las cabeceras controladas aún por el ejército y los chulativas.
Pedro Bello, es un hijo del páramo, nacido y criado en las alturas. El trabajo arduo de sus padres les permitió comprarle a un compadre una parcelita. El negocio se hizo a través de una carta venta. Ni comprador, ni vendedor han conocido un título. El Sumapaz nunca volvió a ser el mismo. La violencia dejó bandas de cuatreros dispersas por el territorio, no se sentía la misma tranquilidad. La guerrilla continuaba en la montaña, generaciones enteras de jóvenes de la vereda se fueron a luchar por el sueño de una Colombia justa y en paz. Pedro decidió quedarse, no le quiere causar más dolor a sus viejos.
Pedro se levanta de madrugada cuanto todavía se ve la luna alumbrando el camino, se toma un tinto de esos tintos campesinos con panela que endulzan cualquier alma, ordeña las vacas con Juan su hijo mayor y alterna el siembro de papa y habas con la cría de ganado. Por allá en los 80´s, fue el Estado el que empezó a hablar de los fertilizantes y plaguicidas químicos. Dice Pedro que si querían recibir ayuda del Estado para crédito e insumos tenían que acogerse a los tales paquetes tecnológicos. Mientras termina de enjalmar el macho para llevar la carga de frijol dice: Nos acostumbramos al veneno, pero sabemos que envenenamos la tierra y nos envenenamos a nosotros mismos. Nos obligaron a comer desarrollo.
Pedro, a diferencia de sus padres, abuelos y abuelas, ya no sueña con un título. Se lo han prometido muchas veces. Recién, con la firma del Acuerdo, el Estado se comprometió a la tal Reforma Rural Integral, a un barrido de predios que pudiera reconocer el derecho que él y Paola, su esposa, tienen sobre la tierra. El Estado incumple nuevamente, los reclamantes de tierra son asesinados.
Paola y Pedro escucharon de una tal delimitación. Su predio, el que fuera de sus padres, ahora es área protegida ¿Protegida? Se preguntan, ¿Protegida para quién? si Pedro, Paola, Araminta, Agapito, Juan, María y José son quienes han cuidado el páramo. Un páramo que cada mañana los mira de frente y en el cual ven nacer el agua. Pedro está preocupado, no se quiere volver a desplazar, no quiere volver al pasado. Dicen que ya no debemos utilizar maquinaria ni químicos. ¿De qué vamos a vivir entonces si nos obligaron a cultivar con sus paquetes tecnológicos y sus cocteles de herbicidas?
Paola ha escuchado que va a haber programas de reconversión y sustitución con la tal delimitación. Le ilusiona pensar con dejar de envenenar la tierra, ya algunas familias han empezado a sembrar sin químicos, pero eso ha sido una briega arrecha ¿Qué garantías tienen para seguir siendo competitivos cultivando limpio? Pero, además, como si fuera poco, dicen que sólo a quienes tengan título los van a vincular a estos programas, pero Pedro y Paola sólo tienen una cartaventa, han hecho el intento de ir a las oficinas de registro a formalizar su tierra, la que fue de sus padres y sus abuelos y solo reciben evasivas de los funcionarios, él no entiende esos trámites. Ahora andan diciendo que esa tal ley 1930 del 2018 va a hacer un saneamiento predial en páramos, pero del dicho al hecho hay mucho trecho, si no le dieron título a su abuelo, si no les dieron título a sus padres ¿Qué le garantiza que esta vez sí les vayan a cumplir?
Y entonces, nos encontramos hoy, 12 de septiembre del 2019, en el Congreso de nuestro país, preguntándonos, ¿dónde está la Agencia Nacional de Tierras, la Superintendencia de Notariado y Registro y el Instituto Geográfico Agustín Codazzi?, ¿Cuál es el plan de acción que tienen para realizar el saneamiento predial en los páramos?, ¿Qué va a pasar con el campesinado paramuno que no tenga título cuando entren los programas de sustitución y restitución?, ¿Cómo se van a definir las áreas de alta importancia en la Zonificación Ambiental?, ¿Contarán, por fin, con las comunidades campesinas para su definición? O ¿preferirán avanzar más en los conflictos socioambientales en los territorios en los que tradicionalmente el campesinado ha cuidado y defendido la naturaleza?
Pablo, Juan, Paola, Flor, Orlando, Diógenes, Sandra, Faustino y cientos más decidieron encontrarse, escucharse, contarse sus propuestas y estudiar la ley. Se leyeron la resolución 1434 de 2017 y la ley 1930 de 2018, recordaron su pasado campesino y hoy están aquí con sus ruanas bien puestas y sus ideas bien claras. Saben que no los pueden pisotear, que la Corte Constitucional ampara sus derechos y exige a sus ministerios se cumpla con la participación para tomar decisiones en sus territorios. Pero no esa participación ramplona de firma en lista de asistencia y foto pal informe. La participación decisoria que hoy le muestra al país que el campesinado cuenta, se organiza y ordena el territorio ambientalmente para defender su derecho a trabajar la tierra.
Foto: Don Jumennto.
______________________________________________________________________________
*Es un equipo técnico interdisciplinario que trabaja en la Ecoregion del Sumapaz desde el año 2015 con comunidades campesinas en temas de ordenamiento territorial, construcción de memoria y paz y defensa ambiental del territorio.
En estos años, el equipo ha acompañado las consultas populares en contra del fracking, la minería y las hidroeléctricas, las escuelas de ordenamiento territorial comunitario y actualmente se encuentra acompañando el proceso de delimitación y zonificación del complejo del páramo de Cruz Verde y Sumapaz.
** Este texto fue leído el pasado 12 de septiembre de 2019. Allí se llevó a cabo la Audiencia Pública sobre la delimitación del complejo del páramo Cruz Verde – Sumapaz, y por la defensa de los derechos del campesinado, citada por los Senadores Julián Gallo, Pablo Catatumbo, y el Representante a la Cámara Sergio Marín, parlamentarios del partido político Fuerza Alternativa.
En el encuentro participaron al menos 200 delegadas y delegados regionales, articulados en la Coordinadora Regional por la Defensa del Territorio y los Derechos del Campesinado en Sumapaz y Cruz Verde.
Publicar un comentario