La Guatila. El 1 de enero de 1994 un grupo de indígenas
descendientes mayas, interrumpieron los célebres “culebrones televisivos” con
la toma armada de siete municipios en el Estado de Chiapas; un Estado al sur la
Federación recientemente añadido al territorio de mexicano, profundamente
selvático, indígena y abandonado de la intervención estatal. Sus demandas eran tierra,
techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia,
justicia y paz. Luego de varios días de guerra y brutal intervención militar
del Ejército Federal, los zapatistas regresaron a sus tierras recuperadas y
comenzaron a caminar un nuevo camino, conspirado una década antes. Clareaba ya el amanecer
luego de “la larga noche de los 500 años”.
A propósito de la celebración de los veinte
años del levantamiento, fuimos invitadas a aprender de su libertad a una escuela en la que nuestra aula era la milpa y la
cocina; las maestras, mujeres del maíz; el
alojamiento su costado; el horario, el viaje del sol y el alimento, el maíz. Muchos
fueron los sueños y sentí-pensamientos que nos invadieron por entonces y
durante algunas lunas más, particularmente el que tiene que ver con el maíz, la
milpa, la cocina y la posibilidad de construir autonomía desde allí.
Muy a las 3.30 a.m. Marely mi votana, y una versión somnolienta de
mí, nos levantábamos a prender el fuego, hacer el café. Su hermana comenzaba a
moler el maíz, nosotras tortillabamos mientras poco a poco, su mamá, abuela y
tías salían de sus habitaciones para juntarse a la danza femenina que duraría
hasta la puesta del sol. Por su parte, los hombres se levantaban a ordeñar las
vacas, y luego de desayunar, caminaban hasta la milpa acompañados de su pozol y
volvían cargados de bultos de maíz, frijol, calabaza, palmitos, naranjas,
guayabas, limones, entre otros.
Mientas que en el norte el maíz es
considerado comida para animales, en casa podíamos comer hasta cien tortillas
diarias con fríjol y varios litros de pozol. Según yo, para la modernidad no
existe lugar más repudiado y desvalorizado que la milpa y la cocina, en La Garrucha son los escenarios en donde
se desenvuelve la vida zapatista. No hace falta ir al centro del Caracol, salvo
para comprar o intercambiar algo por sal y aceite, para que la vida continúe su
cauce natural. La omnipresencia de esta tríada maíz-milpa-cocina nos hizo pensar que justo ahí, en lo que las
sociedades occidentalizadas llamamos “soberanía
alimentaria” era en donde residía uno de los focos más
importantes para la construcción de autodeterminación de los pueblos.
El maíz, eterno compañero de los pueblos
originarios del Abya Yala, viene caminando con nosotros por más de diez mil
años, cuando entonces no era más que una espiga. Su cultivo y cocción es un
ritual diario sobre el cual se teje la cosmovisión del México profundo, la identidad y un modelo de
producción anticapitalista, que permite al zapatismo sembrar y cosechar
autonomía al menos dos veces al año.
La milpa es un agrosistema que permite que
“las tres hermanas” (maíz, frijol y zapallo) crezcan juntas, aprovechando cada
una las condiciones que le brindan las otras; así mismito, esos hombres y
mujeres verdaderas se saben creciendo juntos y aprovechando lo mejor del otro
para dar lo mejor de sí, sin necesidad de acudir a nadie más para seguir siendo
lo que quieren ser.
Las comunidades zapatistas han construido
durante estos 20 años escuelas, municipios, clínicas, caracoles, Juntas de Buen
Gobierno, entre otras “entidades” autónomas, pero a nuestro juicio, es el
control de los alimentos lo que permite que sus cuerpos y mentes estén
dispuestas para la resistencia al mal gobierno y sistema capitalista, cuya
única oferta es dejar de ser lo que somos.
Tal vez por eso los abuelos y abuelas dicen que si el maíz dejara de
tener una mano que lo sembrara, dejaría de existir para siempre; así, si la
gente de maíz dejara de consumirlo dejaría de ser de maíz, es decir, dejaría de
ser lo que es.
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