Memoria política

Boletin de Política No 47 Por MARÍA EMMA WILLS Universidad de los Andes. Estando a pocos días de iniciarse la III Semana por la Memoria, que impulsa el grupo de Memoria Histórica (MH) de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, conviene preguntarse si la memoria o las memorias son un objeto de estudio de la Ciencia Política o no. Aunque muchos politólogos seguramente ya se han hecho a una opinión —la memoria no tiene por qué ser objeto de investigación de la Ciencia Política— quiero en este editorial sucintamente presentar los argumentos que en lo personal me llevan a responder que sí. Debo además aclarar que soy integrante del grupo de MH y que no hubiera aceptado ese cargo si no estuviera convencida de que la investigación que allí realizo le compete a la disciplina de la que provengo. Pertenezco a aquella perspectiva que analiza la constitución de la autoridad política desde el ángulo del conflicto. Nunca he creído que la consolidación o derrocamiento de una autoridad política sea resultado de consensos élegamente elaborados entre individuos racionales que discurren amigablemente en un escenario neutral. Es porque creo que el conflicto entre actores con distintos grados de poder e influencia se encuentra en la fundación de los Estados, el derrocamiento de gobiernos, la explosión de revoluciones, el surgimiento de dictaduras que suelo, en mis análisis, centrarme en los actores: ellos, que luchan por la distribución de recursos escasos de naturaleza política, económica, simbólica, son los que, con sus acciones u omisiones, generan dinámicas que resultan en aquellos desenlaces que los investigadores usualmente investigamos. Ahora bien, los actores sociales y políticos en Colombia, además de librar luchas por la tierra y por controles territoriales, por regalías y por los cargos políticos, por mantener incólumes o por derrotar los engranajes de la impunidad, emprenden simultáneamente luchas de la memoria. Ellas se plasman por ejemplo en la versión que de sus acciones dan los paramilitares y la interpretación que de los mismos hechos hacen las víctimas sobrevivientes. ¿Son estas disputas por la interpretación de los acontecimientos irrelevantes para comprender las dinámicas sociales y políticas entre actores en conflicto? ¿Son estas luchas única y exclusivamente fenómenos psicológicos e íntimos que sólo atañen a cada individuo y que no involucran ni al Estado ni a los partidos ni a las fuerzas sociales colombianas? Pienso que estas luchas afectan de dos maneras distintas las dinámicas sociales y políticas y sus desenlaces: por un lado, a través de ellas se libran combates por la legitimidad de los actores; por otro, a partir de ellas, los actores escogen sus aliados, sus adversarios, sus enemigos. En cuanto a la legitimidad, en entrevistas a paramilitares rasos y en las versiones libres de comandantes una y otra vez se encuentra “un protocolo de respuesta”: “teníamos que ganar la guerra”, “nuestros objetivos militares eran guerrilleros o delincuentes, drogadictos y prostitutas”. Esta interpretación de los eventos macabros ocurridos en el marco del conflicto armado encuentra resonancias a veces en funcionarios públicos, políticos, periodistas o líderes sociales y se transforma gradualmente en un “sentido común” que naturaliza lo acontecido. ¿Es esto relevante para el futuro de la democracia colombiana? Sí, puesto que en esta versión no hay una visión crítica ni un repudio tajante a los repertorios de violencia que con tanta arrogancia desplegaron los paramilitares. Desde un lugar así, es difícil construir los mecanismos sociales, institucionales y políticos que aseguren la “no repetición” de los crímenes hasta ahora cometidos en el marco de la guerra. Lo mismo se puede decir de las memorias de las guerrillas y de las víctimas de las acciones de las guerrillas. Desde el ángulo de las víctimas, ¿es importante que la sociedad escuche sus memorias? Sí, porque esa escucha es una forma de reconocimiento y validación de sus voces y un camino para divulgar sus reclamos. A través de la reconstrucción de sus memorias estas víctimas se refieren a un pasado traumático y además confrontan a la sociedad con sus expectativas de un mejor futuro. Todos los informes que MH ha publicado hasta el momento, y los que se lanzan en esta III Semana –La Rochela: memorias de un crimen contra la justicia, Bojayá: la guerra sin límites, La masacre de Bahia Portete: mujeres wayuu en la mira y ¿La tierra para quién?—, reconstruyen hechos y memorias. A través de esa reconstrucción quedan en evidencia las luchas que aún se libran entre actores por reconocimiento, legitimidad y sus distintos sentidos de justicia. ¿Comentarios? mwills@uniandes.edu.co
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