Nº: 224 Junio 2014
Alain Gresh -Periodista.
Las negociaciones entre Israel y Palestina han culminado sin haber logrado resultado alguno. Incluso los enviados estadounidenses se han sorprendido ante la intransigencia del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Sin embargo, esto no revocará el apoyo de Washington a Tel Aviv. Por su parte, el impopular presidente palestino, Mahmud Abbas, se ha resignado a tener que acercarse a Hamás para tratar de reconstruir la unidad palestina.
“Las negociaciones tendrían que haber empezado con la decisión de detener las obras en las colonias. Pero pensamos que podíamos lograrlo gracias a la descomposición del Gobierno israelí. Así que lo dejamos pasar.” Entrevistado por el conocido periodista Nahum Barnea, del diario israelí Yediot Aharonot, en el marco de una investigación (1) sobre el fracaso de las negociaciones palestino-israelíes, el alto funcionario estadounidense –cuyo nombre queda en el anonimato– prosigue: “No habíamos comprendido que [el primer ministro israelí, Benjamín] Netanyahu usaba las licitaciones de las obras en las colonias para garantizar la supervivencia de su propio Gobierno. Tampoco habíamos entendido que la prosecución de dichas obras ayudaba a que algunos ministros sabotearan, de un modo muy eficaz, el éxito de las negociaciones. [...] Sólo ahora, tras el fracaso de las conversaciones, nos hemos dado cuenta de que estas obras [de 14.000 viviendas] equivalían a una expropiación de tierras a gran escala.”
A la pregunta “¿Os sorprendisteis cuando descubristeis que en realidad a los israelíes no les interesaba lo que pasaba en las negociaciones?”, el funcionario de la Administración de Obama responde: “Sí, nos sorprendimos. Cuando vuestro ministro de Defensa, Moshe Yaalon, declaró que lo único que buscaba [el secretario de Estado estadounidense] John Kerry era conseguir el premio Nobel, el insulto fue terrible, cuando nosotros hacíamos todo esto realmente por vosotros.”
Aunque todas las fuentes del periodista sean anónimas, se sabe que Barnea accedió a todos los negociadores estadounidenses, en especial a Martin Indyk, encargado por el presidente Barack Obama de supervisar las negociaciones palestino-israelíes reabiertas en julio de 2013, y con una duración prevista de nueve meses, hasta el 29 de abril de 2014, para alcanzar un acuerdo. El principal argumento se resume en tres palabras: “Nosotros [los estadounidenses] no sabíamos”. No sabíamos lo que significaba la colonización, no sabíamos que el Gobierno israelí no estaba interesado en las negociaciones...
¿Es este argumento creíble? Estados Unidos, principal aliado de Israel, y que participa en el “proceso de paz” desde hace cuatro décadas, ¿“no sabía”? ¿Cómo creer que el secretario de Estado John Kerry haya podido cruzar los océanos decenas de veces, coordinar cientos de horas de negociaciones, de conversaciones telefónicas y videoconferencias, multiplicar las entrevistas individuales con la mayoría de los líderes de la región en detrimento de otros problemas internacionales y “no saber”? ¿Cómo creer, en síntesis, que haya dedicado tanta energía en resolver este conflicto, para “tomar conciencia únicamente ahora” de que a los israelíes no les interesaban las negociaciones?
Sin embargo, hace más de una década que el proceso de Oslo está muerto y enterrado bajo el peso de los colonos. Son más de 350.000 los que desde 1993 se han ido instalando en Cisjordania y Jerusalén Este. ¿Y Washington tampoco lo entendió?
¿Qué hay, por tanto, en la cabeza de John Kerry? ¿Por qué tanta perseverancia en el fracaso? ¿Es cierto que “no sabía”? En realidad, Kerry, al igual que el presidente Obama y todos sus antecesores, se han identificado hasta tal punto con la mirada de Tel Aviv que ya no ven la realidad y no pueden entender el punto de vista de los palestinos. Saeb Erekat, jefe de los negociadores palestinos, lanzó a los israelíes: “Vosotros no nos veis, somos invisibles”. Exactamente lo mismo podría decirse a Estados Unidos (2), al que se le puede aplicar, como a los israelíes, el viejo principio de “lo que es mío es mío, lo que es tuyo se negocia”. Las tierras conquistadas en 1967 son “territorios disputados” y todos los derechos de los palestinos son negociables, ya sea sobre Jerusalén Este, sobre las colonias, la seguridad, los refugiados, el agua, etc. Así pues, cualquier concesión queda a cargo de los ocupados, no de los ocupantes. Por eso, cuando Israel acepta proceder a la retrocesión del 40% de Cisjordania, puede proclamar que está haciendo una dolorosa concesión, comprometiendo su seguridad, los derechos del “pueblo judío” en Eretz Israel (“la tierra de Israel”), etc.
Esta postura sirve al Gobierno israelí para acumular obstáculos, pidiendo una concesión detrás de otra, y no siendo nunca ninguna suficiente. Aunque los palestinos reconocieron el Estado de Israel –pero no a la inversa–, se les exige el reconocimiento de su carácter judío, algo que nunca se pidió a Egipto, ni a Jordania (3), ni a los palestinos en tiempos del primer mandato de Netanyahu (1996-1999).
Esta vez, sin embargo, una intransigencia tan arrogante provocó el mal humor de los diplomáticos estadounidenses, que estalló en varias ocasiones. Algunos de ellos –incluido el presidente Barack Obama– mencionaron el hecho de que no existía una solución alternativa a la de los dos Estados, sino un Estado único en el territorio histórico de Palestina. El propio John Kerry alertó sobre un sistema de “apartheid” (aunque se retractó rápidamente) (4).
En un primer momento, Washington había manifestado su satisfacción ante el desarrollo de las negociaciones. La Autoridad Nacional Palestina aceptó múltiples concesiones respecto de la legalidad internacional: desmilitarización del futuro Estado palestino, presencia militar israelí en el río Jordán durante cinco años, reemplazada posteriormente por la de Estados Unidos, paso de las colonias de Jerusalén a soberanía israelí, intercambio de territorios que permitan que el 80% de los colonos de Cisjordania sean integrados en el Estado de Israel. Por último, el regreso de los refugiados estaría condicionado a la aprobación del acuerdo de Tel Aviv (5). Ningún otro dirigente palestino había llegado tan lejos en las concesiones como Mahmud Abbas, y es poco probable que en el futuro se encuentre otro que esté dispuesto a aceptarlas.
A todos estos avances (o retrocesos, según el punto de vista que se adopte), Israel respondió con una negativa rotunda. Como cuenta una de las fuentes estadounidenses de Nahum Barnea: “Israel presentó sus necesidades de seguridad en Cisjordania. Pidió el control total de los territorios [los estadounidenses nunca dicen “ocupados”, a pesar de la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU de noviembre de 1967]. Para los palestinos, eso significaba [...] que Israel seguiría controlando Cisjordania para siempre.” Sin embargo, la cooperación en materia de seguridad entre Israel y la Autoridad Palestina nunca había sido tan estrecha, ni la seguridad de los israelíes había estado tan garantizada (en perjuicio –recordémoslo– de la de los palestinos, aprisionados por el recorte de los territorios, humillados por los controles incesantes y regularmente abatidos en Cisjordania y Gaza). Según la organización de defensa de derechos humanos B’Tselem, en 2013 fueron asesinados treinta y seis palestinos, es decir, el triple que el año anterior.
Unas semanas antes del 29 de abril, fecha en la que caducaba el plazo para las negociaciones de paz, se hizo evidente que Netanyahu sólo buscaba ganar tiempo. Primero, se retractó de su promesa de liberar al cuarto grupo de prisioneros palestinos encarcelados desde antes de 1993. En ese momento, la Autoridad Palestina respondió ratificando cierto número de tratados internacionales (en particular, las convenciones de Ginebra que regulan las obligaciones de las potencias ocupantes y que el Gobierno israelí viola alegremente desde 1967), pero se abstuvo, por el momento, de ratificar la convención del Tribunal Penal Internacional (TPI) que permitiría investigar a los líderes israelíes por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. Para el TPI, el establecimiento de colonos en un territorio ocupado es un crimen de guerra.
Cuando el Gobierno israelí confirmó su determinación de prolongar el control sobre Cisjordania “por los siglos de los siglos” (Biblia, Libro de Daniel, 7-18), el presidente Mahmud Abbas, impopular y fuertemente cuestionado dentro de Fatah, decidió que había llegado el momento de poner fin a la división que, desde 2007, había debilitado la causa palestina. Las condiciones eran propicias en ambos lados. Hamás mismo abrazó la idea, debilitado por el bloqueo conjunto de Israel y las nuevas autoridades egipcias, así como por la violenta campaña antipalestina dirigida por El Cairo, y cuestionado en su interior por organizaciones más radicales, en particular el Yihad Islámico o grupos que invocan a Al Qaeda.
Así, el pasado 23 de abril se firmó un acuerdo para la creación de un gobierno de “técnicos” presidido por Abbas y la realización de elecciones legislativas y presidenciales en un plazo de seis meses. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) también tendría que convocar elecciones internas e integrar a Hamás, que nunca había sido miembro. Este acuerdo se adecua al firmado en El Cairo en 2011 y ratificado en Doha en 2012, pero nunca implementado. Israel se sirvió como pretexto de este acuerdo –que no había provocado la indignación de Washington y había sido celebrado por la Unión Europea– para romper las negociaciones que, de todas maneras, estaban en un punto muerto. “Abbas debe elegir: o lograr la paz con Israel o reconciliarse con Hamás” (6), proclamó Netanyahu, quien en los meses previos había puesto en duda la representatividad de Abbas con el argumento de que no controlaba Gaza. El líder palestino le respondió que el futuro gobierno estaría compuesto por tecnócratas e independientes: “Los israelíes preguntan: ¿reconoce este gobierno a Israel? Yo respondo: por supuesto. ¿Renuncia al terrorismo? Por supuesto. ¿Reconoce la legitimidad internacional? Por supuesto” (7).
Se podrían remitir estas preguntas a Netanyahu y a su coalición gubernamental, como también a los partidos de corte fascista que participan en ella, como el Hogar Judío de Naftali Bennett, y sus doce diputados (de ciento veinte). ¿Reconocen un Estado palestino independiente con las fronteras de 1967 o las resoluciones de la ONU? Por supuesto que no.
Pero la suspensión prolongada de las negociaciones perjudica a Washington y a Tel Aviv: “Existe una amenaza muy concreta e inmediata para Israel si intenta imponer sanciones económicas a los palestinos –explica un alto funcionario estadounidense a Nahum Barnea–. Estas podrían tener un efecto bumerán [...]. Podría terminar en el desmantelamiento de la Autoridad Palestina y los soldados israelíes tendrían que administrar la vida de 2,5 millones de palestinos, para gran pesar de sus madres. Los países donantes dejarían de pagar y la factura de 3.000 millones de dólares tendríais que pagarla vosotros, a través de vuestro ministro de Hacienda” (8).
Por otra parte, mientras dure el supuesto “proceso de paz”, los llamamientos a sancionar a Israel y a su boicot son menos creíbles. No es casualidad que el Gobierno alemán haya decidido, tras el cese de las conversaciones, no subsidiar la compra de submarinos nucleares alemanes por parte de Israel, lo cual costará cientos de millones de dólares a los contribuyentes israelíes (9). Y la Unión Europea podría, después de tantas prórrogas y tanta condescendencia respecto de Israel, aplicar sanciones.
Lo que no cambiará, cualesquiera que sean las violaciones cometidas contra la legalidad internacional, es que Estados Unidos se mantendrá firme detrás de Israel. Como explicaba Indyk recientemente: “Las relaciones estadounidenses-israelíes cambiaron de manera fundamental [desde la guerra de octubre de 1973]. Sólo quienes los conocen desde dentro –como yo tengo el privilegio de conocerlas– pueden dar testimonio de cuán profundos y fuertes son los vínculos que unen a nuestras dos naciones. Cuando el presidente Obama habla, con un orgullo justificado, de vínculos ‘indefectibles’, cree en lo que dice y sabe de qué habla” (10). Indyk completa afirmando que, contrariamente a lo que sucedió después de la guerra de octubre de 1973, cuando el secretario de Estado Henry Kissinger negociaba un acuerdo entre Israel en un lado y Siria y Egipto en el otro, Obama nunca suspendería las relaciones militares con Tel Aviv como en su momento hizo el presidente Richard Nixon.
El Estado palestino mañana, siempre mañana: así se puede resumir todavía el discurso estadounidense. Hay que aceptarlo: Washington no llevará él solo y sin presiones la paz a Oriente Próximo. Se necesitarán fuertes medidas de sanción contra Israel, adoptadas por los Estados, y medidas de boicot promovidas por la sociedad civil, para que los palestinos finalmente puedan celebrar “el próximo año en Jerusalén”.
(1) Nahum Barnea, “Inside the talks’ failure: US officials open un”, 2 de mayo de 2014,
(2) Citado par Martin Indyk, “The pursuit of Middle East peace: a status report”, Washington Institute for Near East Policy, Washington, 8 de mayo de 2014.
(3) Sylvain Cypel, “L’impossible définition de l’‘État juif’”, OrientXXI, 5 de mayo de 2014,www.orientXXI.info
(4) “John Kerry dément avoir qualifié Israël d’‘État d’apartheid’”, 29 de abril de 2014,www.lemonde.fr
(5) Charles Enderlin, “Les Américains rejettent la responsabilité de l’échec sur Israël”, blog Géopolis, 3 de mayo de 2014.
(6) Herb Keinon, “Netanyahu: Abbas must choose, peace with Israel or reconciliation with Hamas”, The Jerusalem Post, 23 de abril de 2014, www.jpost.com
(7) Entrevista en la televisión vía satélite palestina el 8 de mayo de 2014, reproducida por la BBC Monitoring, Londres, 10 de mayo de 2014.
(8) Citado por Nahum Barnea, op. cit.
(9) Barak Ravid, “Germany nixes gunboat subsidy to Israel, citing breakdown of peace talks”, Haaretz, Tel Aviv, 15 de mayo de 2014.
(10) Martin Indyk, “The pursuit of Middle East peace: a status report”, op. cit.
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